No existe ninguna imagen que defina mejor Menorca como las barreras rústicas de madera de acebuche hechas artesanalmente. ¿Pero por cuánto tiempo? Hoy os presentamos a Ovidi Pons, uno de los pocos que conservan, defienden y promocionan esta profesión tan característica de la cultura y tradición menorquinas.

Si nos retrotraemos a la época en que Menorca era una sociedad predominantemente agrícola, el oficio de Arader (aperador) era muy común. Eran los artesanos que fabricaban y arreglaban aparejos de madera de todo tipo para las labores del campo: arados, carros, mangos de herramientas y, por supuesto, las barreras que daban acceso al ganado entre los campos divididos por las paredes de piedra en seco.
Como oficio, es único de Menorca, pero hoy en día, solo quedan cinco araders en activo. Y con las herramientas fabricadas en masa y la maquinaria agrícola que ha reemplazado la mayor parte de su trabajo, el grueso de sus encargos actualmente se basa en las barreras de acebuche.

Ovidi Pons, un arader con sede en Sant Climent, se pasó los primeros seis meses de su aprendizaje rastreando el campo para encontrar los árboles adecuados. “Los árboles se cortan tras la luna llena de enero y de agosto porque es la que produce la mejor madera”, dice. “Cuando talas un acebuche, no lo matas. Vuelve a brotar pasados unos meses y en 10 o 15 años, se puede volver a talar”.

El ullastre, como se le llama aquí, es una madera dura y muy duradera, añade. Las barreras que se colocan sin tratar pueden durar hasta 20 o 30 años en el exterior, e incluso más si se tratan con aceite o se conservan en el interior.
Actualmente, Ovidi compra la madera ya cortada, pero aun así debe dejarla secar al menos un año y medio antes de que pueda seleccionar las piezas con las que trabajar: troncos para los postes, ramas para los travesaños, las más rectas para la parte inferior y las curvadas, para la superior.
Las barreras originales de las granjas eran simplemente funcionales. No tenían ningún valor estético y no se fabricaban con especial precisión. Pero con la llegada de turismo llegó un nuevo tipo de cliente: propietarios de chalés que querían barreras para sus hogares. En consecuencia, el diseño se fue refinando y se empezó a prestar más atención a las curvas y a las proporciones.

La demanda de estas barreras se ha visto aumentada de forma espectacular estos últimos años incluso con encargos desde la península, del extranjero e incluso tan lejanos como de EUA, y de todo tipo de barreras: decorativas en miniatura, extra grandes, cabezales de dormitorio en forma de barrera y mucho más. El interés es tal que Ovidi incluso hace demostraciones de cómo fabricar barreras varias veces al año organizadas por el Centro Artesanal de Menorca.
El turismo puede que haya implicado el fin de muchos oficios tradicionales en Menorca, pero ha asegurado que el de arader perdure. Sin embargo, de los cinco araders que todavía continúan en activo, dos de ellos pronto se jubilarán y solo Ovidi está transmitiendo su conocimiento a un aprendiz. Así que, mientras no hay falta de demanda por su oficio, parece que es la falta de artesanos capacitados la que amenaza la supervivencia de las típicas barreras de ullastre.